Le escuché hace años en la radio a D. Antonio García-Trevijano delimitar estos tres conceptos e insistir en las diferencias entre ellos. Advirtió que tradicionalmente el primero es una responsabilidad de la familia, el segundo de la escuela y el tercero del ejército.
Me interesa escribir sobre estos conceptos porque creo que es muy esclarecedor tenerlos esbozados y comprender que son tres facetas distintas del individuo a las que les corresponden distintos procesos para su adquisición y desarrollo.
Existen muchos otros modelos que integran distintas dimensiones del aprendizaje, pero esta distinción clásica es más completa, porque incluye aspectos madurativos de la personalidad así como del juicio moral sobre la conducta.
No deseo entrar en un debate lingüístico sobre el significado que actualmente se les da a estos tres verbos: educar, formar e instruir. Lo que pretendo es que los tres conceptos que planteó el ilustre jurista (A. G-Trevijano) queden aquí demarcados para que se pueda recuperar la importancia de establecer objetivos en las tres áreas del desarrollo humano a que corresponden y se replantee a quién incumbe hoy día la preparación de nuestros hijos en cada una de ellas.
Son tres actividades complementarias y sinérgicas
Aunque se le pueda dar un significado académico a educar, tener educación, ser educado, comportarse con educación hace normalmente referencia a las normas de conducta, de cortesía, de decoro. A esto nos referiremos aquí con educar.
Mantendríamos el concepto de formación exclusivamente para la adquisición de contenido académico y técnico. Desde muy pequeños nos enseñan la lección, nos transmiten conocimiento y nos guían en cuanto a cómo aprender. A esta actividad la llamaremos aquí formar.
Instruir se usa menos y nos recuerda al adiestramiento militar. Se trata de un entrenamiento para el fortalecimiento del carácter, el control de los impulsos, el dominio de uno mismo ante situaciones que requieren constancia, sacrificio, valentía, tolerancia al dolor, a la escasez o a otros padecimientos. Pero también la instrucción refleja la automatización de unas conductas y unos ejercicios que deben ejecutarse de determinada manera para que el colectivo al que se pertenece pueda actuar armónicamente y conseguir sus objetivos.
La instrucción no se da sólo en el ejército y la policía, existe de una manera muy clara en aquellas profesiones en las que el individuo participa de una actividad grupal donde sólo la coordinación estricta de los miembros permite el éxito de la labor. Son ejemplos de esto las orquestas musicales, el personal de quirófano, los bomberos, un equipo circense o el personal de aerolíneas.
"Se le ha dejado de prestar atención y ya no se reconocen demasiado las virtudes de instruir. No se valora como antes potenciar la disciplina"
Instituciones sociales
En otros tiempos no tan lejanos existían tres instituciones muy bien delimitadas que eran las encargadas de asegurar la adquisición y perfeccionamiento de estas tres dimensiones del desarrollo, la maduración y el aprendizaje.
En primer lugar, la familia. Los padres eran, en principio, los encargados de educar a los hijos. Podían también desempeñar funciones formativas e instruir a los hijos en cómo soportar las contrariedades del momento. Pero su función primordial era criar a los hijos en cuanto a alimentarlos, cuidarlos y educarlos para que supieran comportarse en sociedad.
La segunda institución era la escuela, privilegio de unos pocos hasta ayer y lugar de formación académica donde no sólo se aprendía conocimiento, sino que se aprendía a aprender. Tradicionalmente el alumno ha sido siempre evaluado y si no superaba las pruebas, suspendía y tenía que repetir.
Finalmente, el ejército. Que ha sido el lugar paradigmático de la instrucción, al menos desde finales del s. XVIII y hasta 2001 en España, con el servicio militar obligatorio.
Cierto es que estas tres dimensiones de la preparación de un niño o un joven hacia la edad adulta están entrelazadas y pueden recibirse tanto en la familia, como en los lugares académicos, como en cualquier situación ocupacional en la que nuestras acciones puedan ser reprendidas por un tercero, como es el caso de un superior o un jefe.
Huelga dar ejemplos de esta miscelánea que se da constantemente en la vida, tanto en el hogar como en la escuela, en la Universidad o en el trabajo.
Aunque las tres áreas que venimos mencionando son importantes, hay variaciones según qué contextos. Por ejemplo, para un puesto de recepcionista, la educación es primordial mientras que para los atletas y los músicos de orquesta se valora más su instrucción y su formación.
Familia, escuela y ejército son tres instituciones tradicionales que no están pasando actualmente por su momento de mayor apoyo y popularidad. No es asunto de este artículo tratar esta circunstancia en profundidad, pero sí recordar que la educación, la formación y la instrucción, tal y como se han descrito más arriba, implican unos matices diferenciadores que es importante reconocer. Esta distinción nos ayuda a representar las distintas facetas que debemos potenciar en nuestros hijos y a reconocer quién es el principal responsable de ayudarlos en cada tarea o fase concreta. Asignadas las responsabilidades correctamente, evítese entrometerse en las funciones y competencias del otro. Porque la difusión de la responsabilidad siempre conlleva deterioro de la calidad de la labor que se realiza.
Déjenme que, para terminar, les señale dos fenómenos tremendamente preocupantes que atañen al asunto de este artículo.
Se da hoy un hecho que aqueja transversalmente a las tres instituciones mencionadas: una alarmante falta de autoridad. En paralelo a esta, otro proceso que se va desplegando, la intromisión del Estado en las tres áreas del desarrollo humano y la enseñanza. Esta injerencia del Estado en la educación, la formación y la preparación de nuestros hijos aparece como una solución o una necesidad, olvidando que cuando el Estado se entromete en estas cuestiones, ello inevitablemente le confiere a éste un carácter totalitario.
Hay que volver a dar autoridad al profesor (para dirimir si el alumno aprueba o suspende), respetar la libertad de cátedra, acatar la potestad de los padres sobre la educación de sus hijos, recuperar e incentivar el respeto a los miembros de las fuerzas del orden.
Aunque suene a tópico, los padres no debemos olvidar que la educación se enseña en casa, todo lo demás se va adquiriendo sobre esa base. Sin la distinción claramente aprendida entre lo que está bien y lo que está mal, la confusión y el desorden estarán garantizados.
Afortunadamente los padres seguimos pudiendo educar a nuestros hijos. Si contamos con un criterio razonablemente establecido de cómo queremos hacerlo, y con la flexibilidad e interés suficientes para ir aprendiendo y mejorando por el camino, ninguna influencia externa podrá corromper sus valores ni alterar su juicio.
"La escuela y la universidad deben abandonar el objetivo que se les viene designando de fijar y delimitar lo que los alumnos pueden y no pueden pensar"
Por el contrario, estas instituciones han de reconquistar su cometido, que no es otro que ayudar al alumno a ser capaz de comprender cada vez cosas más complejas, de razonar, memorizar lo relevante, expresarlo adecuadamente y ponerlo en práctica en su contexto.
Inculquemos de nuevo la disciplina como virtud humana porque ésta nos da libertad y autonomía y sin ella pocos logros pueden conseguirse.