Quizá se haya usted percatado ya pero, por si acaso, yo quiero avisarle de un grave peligro: existe no sólo un interés sino todo un plan de acción destinado a embrutecerlo a usted.
Me explico; la condición del hombre es dual. Se compone de una naturaleza y de una cultura. La grandeza de la primera es precisamente que permite la adquisición y desarrollo de la segunda. Si no lo cree así, compare usted la capacidad física con que es provisto un guepardo, la hermosura de por ejemplo un tucán o la longevidad de especies como la ballena boreal (que superan los 200 años) y coincidirá conmigo en que la especie humana no destaca precisamente por su cualidad física sobre otras especies. Incluso la adaptabilidad al medio, que es muy extensa en la especie humana, parece ser superada por el cuervo, que está presente en todas latitudes y climas a nivel mundial.
Lo que diferencia al hombre
Lo que hace al hombre una especie única y excepcional es la cultura. De hecho, la cultura nos separa de nuestra «naturaleza», nos cambia. Tres son los elementos diferenciadores que la cultura nos aporta o, dicho de otra manera, tres son las facultades humanas que lo distinguen del resto del mundo animal.
Seguro que usted ha pensado en la razón. Y efectivamente, se trata de la capacidad de elaborar procesos ideativos racionales, lógicos, coherentes. Encontrar patrones entre fenómenos aparentemente inconexos, plantear situaciones imaginadas en anticipación a un futuro y organizar toda esta cognición en un lenguaje oral. En definitiva, la razón nos permite preguntarnos si algo tiene sentido, si tiene un porqué, contemplar las alternativas respuestas y llegar a conclusiones argumentadas
Pues bien, como le digo existe un plan para hacerlo a usted un ser irracional.
Me refiero aquí a la moral como capacidad del hombre para distinguir el bien y el mal. Esto es algo absolutamente ausente en los animales. Los animales se comportan por instinto pero no por una comprensión, identificación ni motivación de que su conducta sea bondadosa o maliciosa. El hombre, sin embargo, tiene en su naturaleza la potencialidad de adquirir la distinción entre lo que está bien y está mal y será el contexto social en el que nazca y madure el que le ayude a determinar los principios éticos que regirán dichas distinciones morales.
He de anunciarle que ese mismo plan que he mencionado
pretende hacerlo a usted un ser inmoral.
Finalmente, nos queda la tercera y quizá menos atendida de las condiciones culturales del hombre: la estética. Claro está que, si no todos, muchos de los animales son bellos, pero no se trata de eso, sino de la capacidad de distinguir y apreciar en este caso la belleza. A través de las actividades artísticas, el hombre puede interpretar y representar la realidad de forma armoniosa, atractiva y agradable por su belleza. El criterio estético conduce a que la obra artística complazca a los sentidos y al espíritu del que la disfruta y lo llene de goce e inspiración.
No creo que se sorprenda ahora si le digo que en el proyecto de embrutecerlo se pretende que carezca usted también de criterio estético; se quiere que tenga poco o mal gusto.
Pero, ¿cuál es este plan y quién lo ejerce?
Sólo puedo en este texto señalar el hecho de que la civilización occidental y con ella todos los elementos culturales que la definen están en un proceso ya muy avanzado de degeneración, deterioro y corrupción. Vivimos una decadencia cultural cuyos orígenes son centenarios y cuyas causas no pretendo aquí explicitar. Sólo daré brevemente mi posición al respecto, que no deja de ser una sospecha, una intuición, una conclusión a la que yo llego haciendo uso de mi razón, mi moral y mi sensibilidad estética: este proceso degenerativo que señalo no es azaroso, sino que responde al interés de grupos humanos de poder, cuyo fin es mantenerse en ese poder y ejercerlo con cada vez mayor facilidad, para su seguridad y su enriquecimiento.
El principio que subyace es simple: cuanto menos racional, moral y sensible sea el hombre, más fácilmente manipulable y oprimido será. Si pierde todas las referencias en cuanto a lo que tiene o no sentido, en cuanto a lo que está bien o está mal y en cuanto a qué es bello y agradable en contraste con lo feo y de mal gusto, tendré ante mí un ser débil, frágil y sin criterio en sus aspiraciones, deseos y exigencias.
Cuanto menos racional, moral y sensible sea el hombre, más fácilmente manipulable y oprimido será.
Si le ha resonado algo lo que le digo, trate pues de alimentar y enriquecer estos tres aspectos de su condición y permanezca alerta, a la defensiva contra los permanentes ataques que van a sufrir.
Confíe en usted cuando algo le sorprenda por su irracionalidad y no deje convencerse por argumentarios cuyo único fin son justificar lo reprochable moralmente. Desarrolle sus propios razonamientos, elabore sus juicios morales y adquiera el gusto por lo bello en todos los aspectos de su vida. Si algo no tiene sentido, no lo incorpore, no lo aprenda, denúncielo. Comparta con sus allegados su sorpresa ante todo aquello que le impacta a usted por carecer de lógica, de belleza o de bondad.
Protéjase contra el embrutecimiento
En su entorno cercano, donde tiene capacidad de acción, relaciónese con su familia y conviva con sus vecinos y en su comunidad bajo estos preceptos. Verá cómo emerge una protección ciertamente eficaz contra ese plan embrutecedor que nos agrede desde el macrosistema que nos envuelve y sobre el que no tenemos influencia ni opción de modificación.
Conserve su capacidad de sorprenderse, de alarmarse, su interés por investigar, analizar, comprender y en última instancia elabore su propio criterio y pronúnciese. No permita que la confusión y la indefinición caractericen sus juicios y su discurso. No viva aislado, pero mantenga su propia dirección en la vida y esto guiará a muchos de su alrededor a protegerse de igual manera de este embrutecimiento planificado de la sociedad.
Por último, replantéese la transcendencia de las cosas, pregúntese por aquello en lo que tiene usted fe. El hombre es un ser creyente, si bien no necesariamente en Dios. No deje que le arrebaten su capacidad de creer en aquello que para usted le confiere sentido a su existencia. Si tiene dudas o contradicciones en este aspecto, no se preocupe, ya se aclarará. Pero no viva sin hacerse las preguntas trascendentes en la vida ni de espaldas a aquello que no comprendemos y no sabemos explicar.