Observando a la humanidad, se podría concluir que, por un lado, la superación del sufrimiento y por el otro, su evitación, reflejan un eje que vertebra gran parte de las conductas y de las decisiones humanas.
Huelga decir que, salvo los que son afines al masoquismo en cualesquiera de sus expresiones, todos intentamos evitar el sufrimiento y si a uno le dan a elegir, elige no sufrir. Esto es así, salvo que se le dé prioridad a otro bien, al que se prefiere, frente a evitar el sufrimiento que pueda conllevar lograr esto otro. Por poner un ejemplo, hay mujeres que eligen parir sin anestesia epidural para así poder vivir la experiencia del parto con mayor naturalidad. Lo más común, sin embargo, es que se elija la anestesia.
Este es un ejemplo de dolor físico, pero obviamente el sufrimiento abarca muchas otras experiencias, como por ejemplo las de privación de un placer o un bienestar o vivencias de cualquier sentimiento desagradable como la vergüenza, la rabia, la frustración, la decepción, etc.
Con respecto a la superación, a todos nos reconforta haber sido capaces de superar un sufrimiento, el que sea. Porque es innegable que la superación nos hace más fuertes, nos da confianza en nosotros mismos, nos muestra capacidades o una resistencia que no sabíamos que teníamos. También nos hace más sabios. Cuando decimos que la experiencia es un grado en gran medida es cierto por lo que ha quedado de aprendizaje tras los eventos vitales o procesos personales de sufrimiento.
Y, ¿no se aprende del placer, del bienestar y del éxito?
Sí, también se aprende, pero en menor intensidad y no de forma tan transformacional. Más bien el bienestar es un estado de homeostasis, que no somete al individuo a tensiones en su desarrollo o en su consciencia. Sin embargo, durante el sufrimiento, o cuando éste se supera, vemos las cosas de forma renovada, parece que se nos abre una nueva ventana de observación al mundo que antes no conocíamos. Adquirimos un nuevo estado de consciencia.
Visto de otro modo y, siendo sinceros, lo más frecuente es que al bienestar uno se acostumbre y si me apura, cuando dura lo suficiente, uno lo empieza a infravalorar. Qué común son las expresiones de ¨ ahora me doy cuenta de lo bien que estaba…¨
El dilema del sufrimiento
De modo que el hombre se halla permanentemente – existencialmente – frente al siguiente dilema: le invade un instinto natural por evitar el sufrimiento y, a su vez, reconoce la evidencia empírica que le demuestra que con cada etapa de sufrimiento se presentan grandes oportunidades de maduración y crecimiento.
Baste una mera gastroenteritis o un retraso en el vuelo de vuelta a casa para que uno valore mucho más (aunque por un tiempo limitado) la salud perdida o la comodidad del hogar.
Este dilema toma forma paradigmática cuando los padres se enfrentan a la crianza de sus hijos. Saben que deben dejarlos exponerse, atreverse a ganar autonomía y que tendrán que aprender de los errores que cometan, pero a la vez tratan de informarles de dónde están los mayores peligros, seleccionar el momento adecuado para dejarlos avanzar en el proceso de valerse por sí mismos y anhelan que los errores no sean demasiado graves ni sus consecuencias muy dolorosas.
Y es que ver a los hijos sufrir duele tanto o más que si sufriéramos nosotros mismos esos padecimientos, y puede surgir la tentación de intentar evitárselos a toda costa. Pero a la vez sabemos que a caminar se aprende andando y al principio las caídas son inevitables.
En otras palabras, uno se da cuenta de que la maduración y el desarrollo de sus hijos están sujetos a un insoslayable sufrimiento que les ha de venir. Y, además, tiene que aceptar que, aunque muchas veces prevé y anticipa por dónde ese sufrimiento va a aparecer, otras veces esto es impredecible.
Los límites de la adaptación
Sin embargo, es importante señalar que tampoco hay ninguna prueba que demuestre que todo sufrimiento es bueno ni estudios que apoyen que cuanto más sufrimiento mejor. Muy al contrario, eventos traumáticos que desborden las capacidades del individuo de sobreponerse a la adversidad pueden tener un efecto negativo en la salud física y mental de esa persona a corto y/o largo plazo. Similarmente, intensos padecimientos crónicos (relacionales, financieros, de salud) que se alarguen mucho en el tiempo pueden impedir que la persona pueda rehacerse, resurgir y aprovechar de alguna forma beneficiosa el sufrimiento que padece o padeció.
Es interesante en este punto recordar dos aportaciones del psicoanálisis a este asunto. Por un lado, el concepto de frustración óptima, aportación de Kohut a la teoría del desarrollo infantil que, muy resumidamente, argumenta que los padres deben ir permitiendo y generando situaciones de frustración a los hijos que los lleven a madurar, pero sin desbordar sus capacidades de sobrellevarlo. Es importante que ninguna de estas situaciones lo lleven a mecanismos de defensa extremos que lo perjudicarían a largo plazo, tales como la disociación o la represión en el infante.
Por otro lado, el propio Freud señaló que el desarrollo psicológico es impulsado por el dolor mental y el sufrimiento, siendo la separación de la madre la primera experiencia a superar por el sujeto.
La vida humana conlleva inexorablemente sufrimiento
Entonces, ya que se trata de un proceso de por vida, reformulemos el dilema del que venimos hablando: ¿son apropiados los esfuerzos desesperados por evitar el sufrimiento en nuestras vidas? ¿Es beneficioso plantearse la ausencia de sufrimiento como un objetivo vital?
Religiones y filosofía han predicado el principio de que la vida es sufrimiento, pero los enfoques son bastante variados. En todo caso, destacaría dos enseñanzas principales:
- Por un lado, la aceptación de que la vida humana es – conlleva inexorablemente – sufrimiento. ¿Partimos todos de esa premisa?, ¿o vivimos en una época en la que pareciera que todo sufrimiento es evitable, prevenible o aliviable?
- Por otro lado, se han postulado múltiples estrategias para afrontar, mitigar, tolerar y superar el sufrimiento. Con respecto al dolor físico y otros pesares, la humanidad ha logrado grandes soluciones. Pero es para los sufrimientos del alma, donde religiones y filosofía intentan ofrecer una mayor guía.
Curiosamente todo apunta a que, en la era en que menos dolor físico soporta la humanidad, parecemos vivir en una sociedad con grandes tormentos psicológicos que se concretan en datos objetivos como las cifras de suicidio, las tasas de prescripción de antidepresivos y ansiolíticos, las cifras de divorcio, actos de violencia indiscriminada contra inocentes en lugares públicos, etc.
Lo más paradójico de todo, y con esto cierro este artículo, es que la evitación compulsiva del sufrimiento, tan promulgada en la sociedad actual, nos priva de ese proceso continuo de aprendizaje y crecimiento que, mientras nos exponga a un sufrimiento soportable, nos compensa, nos guía y engrandece.
De otro modo, eludir todo sufrimiento sólo nos conduce a nuevas formas de sufrir y lamentarnos ya que la fortaleza del espíritu, del alma o del carácter queda necesariamente mermada.
Y entonces vemos cómo muchos sujetos de hoy, más vulnerables, sufren tanto o más por menos o mucho menos.