¿Son los trastornos mentales enfermedades del cerebro?

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Sí y no. Todo depende de qué entendamos por cerebro.

Este artículo sigue siendo pertinente porque la expresión «los trastornos mentales son una enfermedad del cerebro»  es de uso generalizado por muchos psiquiatras y también por otros agentes del sector biomédico (como la industria farmacéutica, neurocientíficos, etc.)

Dicha afirmación – que los trastornos mentales son enfermedades del cerebro – puede ser pronunciada con intenciones muy distintas y utilizarse con diferentes objetivos. Los más comunes son los siguientes:

  1. Desculpabilizar al paciente de lo que le pasa y animarlo a pedir ayuda, ya que ¨lo que le ocurre¨ puede ser tratado. Suele ser una manera de intentar desestigmatizar los trastornos mentales y cuestionar la idea de trastorno mental como algo que ha sido el resultado de una mala acción del paciente o de una debilidad de su carácter.
  2. Desmentir ciertas explicaciones elementales o rudimentarias de los trastornos mentales como las que los atribuyen a un hechizo, a brujería, magia, demonios, etc.
  3. Transmitir la idea de que la psiquiatría es una ciencia médica cuyo órgano de estudio e intervención es el cerebro y que por tanto no se diferencia en lo esencial de otras especialidades médicas.
  4. Convencer al público en general de que los tratamientos farmacológicos son la solución.
  5. Dar una visión simplificada pero socialmente aceptada sobre un asunto extremadamente complejo y evitar la profundización que requiere.
  6. Otras…

            

            Como habrá detectado, algunas motivaciones son beneficiosas y están moralmente justificadas, otras no tanto. Algunas, como la que defiende que los fármacos son la única solución, responde en general a intereses espurios.

            Entonces, ¿Por qué digo que la respuesta a la pregunta del título de este artículo depende del concepto que se tenga de cerebro?

Mucho más que un órgano

Porque la respuesta es sí cuando conceptualizamos «cerebro» como el conjunto de estructuras encefálicas (se incluyen cerebelo y tronco del encéfalo) que son principal sustrato orgánico de la actividad mental pero no exclusivo puesto que está permanentemente interconectado con el resto del organismo y con su entorno. En otras palabras, es más correcto decir que el sustrato orgánico de lo mental es el cuerpo humano, no sólo su cerebro.

Además, por cerebro entenderíamos un órgano capaz de albergar la historia biográfica del sujeto y de guardar lo relevante de ésta en su memoria. Es decir, que retiene vivencias, historias, narrativas, opiniones y juicios de valor, entre otras cosas. Pero no sólo eso, sino que transforma la experiencia vivencial en contenido semántico y, por otro lado, corporeiza el lenguaje, las narrativas y el conocimiento abstracto en forma de sinapsis neuronales.

De este modo, yo respondería «sí» al título de este artículo si entendemos por cerebro más o menos la siguiente fórmula: cerebro = encéfalo + resto del cuerpo + biografía + lenguaje + contexto social y relacional + entorno físico + moralidad + capacidad artística del individuo, etc.

En cambio, mi respuesta sería «no» cuando lo que se asume por cerebro es algo así como un órgano que por sí solo sería responsable de la actividad mental y que ésta es el resultado del funcionamiento de neurotransmisores, de la actividad eléctrica de ciertos grupos neuronales y cuya salud responde únicamente del estado material de las neuronas y otras células adyacentes.

Les pongo dos ejemplos para intentar explicar mejor lo que quiero señalar:

Cuando alguien se pone nervioso antes de hablar en público o de examinarse, comienza a tener taquicardia y se le cierra el estómago, ¿estamos ante un problema del cerebro? En realidad, no; el cerebro está funcionando con normalidad ante la anticipación de un evento estresante. Es tarea de ese sujeto acostumbrarse a hablar en público o examinarse y ganar confianza. Si no lo consigue puede revisar en terapia porqué dicha exposición le atemoriza tanto. A través de conocer su biografía (hechos relevantes de su vida), sus vínculos previos, las exigencias de su entorno y las que a sí mismo se aplica, fortalezas y debilidades de su carácter, etc., esta persona podría llegar a comprender y enfrentar dichos temores. Es habitual que nunca llegue uno a acostumbrarse del todo a este tipo de situaciones, ya que no somos máquinas y cierto grado de ansiedad social forma parte de lo normal; es fisiológica.

"Cerebro = encéfalo + resto del cuerpo + biografía + lenguaje + contexto social y relacional + entorno físico + moralidad + capacidad artística del individuo, etc"

Es sólo un ejemplo. Les pongo otro; Imagínense una mujer que, habiendo sido violada de niña, comienza a tener relaciones sexuales con su marido en un matrimonio arreglado por las familias de ambos: ¿que padezca flashbacks del hecho traumático de la violación es una malfunción del cerebro? Que le cambie el humor, se vuelva irritable, no pueda concentrarse y tenga baja autoestima son todo respuestas comprensibles a la reactivación de un evento traumático del pasado cuya huella, cuyo efecto, se está evidenciando en la nueva realidad del presente. Efectivamente, su cerebro no está funcionando bien, en este caso, por acción directa de recuerdos en su memoria y también porque los acontecimientos vitales tan traumáticos tienen un efecto perjudicial en la estructura y el funcionamiento cerebral.

La configuración del cerebro humano

Las relaciones interpersonales, los vínculos afectivos, literalmente nos configuran; cada vez comprendemos mejor cómo esto es así.  Por ejemplo, aquellas situaciones en las que uno es vejado, humillado, abandonado o maltratado son perniciosos a largo plazo en la salud y en la función cerebral. En sentido opuesto, el amor, la seguridad afectiva y la ayuda psicológica que desde niños nos proveen nuestros padres y otros cuidadores nos permite llegar a ser autónomos y estar sanos de adultos, pudiendo cuidar adecuadamente a otros (llegado el momento).

Decíamos que el cerebro transforma la realidad en contenido semántico, en lenguaje, y lo retiene en la memoria. Pero no se limita a esto la acción del cerebro, toda la interacción humana con la realidad (con su medio interno y externo) se traslada a la realidad corpórea del individuo no sólo a través de las sinapsis intra-encefálicas, sino también mediante las conexiones con el sistema nervioso periférico, o a través de hormonas de impacto sistémico en todo el organismo, o influyendo en el sistema inmunológico, etc. Esto añade un punto de complejidad que se extiende más allá del cerebro como órgano. 

Además, es preciso recordar que nuestra consciencia tiene muy en cuenta a otros individuos, seres ajenos al propio organismo, y no se reduce a las experiencias del momento. En el ser humano la representación de los otros en nuestra propia mente llega a casi darles vida dentro de nosotros. De este modo, los otros significativos, son de crucial importancia para explicar la propia conducta del individuo. Las personas aprendemos de lo que otros hacen, de lo que nos cuentan que les ha sucedido, sufrimos con los demás y fácilmente podemos poner nuestra supervivencia en riesgo (motivación principal de todo ser vivo) por perseguir fines de carácter social como el prestigio, la gloria, el poder o el amor. Resumiendo, las relaciones y la vida social juegan un papel imprescindible en la comprensión del funcionamiento cerebral. 

La actividad cerebral

Por otro lado, la actividad cerebral dedica gran energía a la predicción del futuro y gracias al aprendizaje de experiencias pasadas anticipa lo que puede suceder.   

De alguna manera podemos determinar que la mente se prolonga físicamente más allá de los confines del órgano cerebro (y casi que del cuerpo del individuo) y que además se extiende en el tiempo hacia el pasado y el futuro.

En pocas palabras, nos encontramos ante un órgano profundamente interconectado con el resto del cuerpo del individuo, que mantiene selectivamente información y conocimiento adquirido a lo largo de la vida, capaz de proyectarse hacia el futuro, anticipar situaciones imaginadas, fantaseadas, temidas o deseadas, así como re-vivenciar otras que ya pasaron pero no se olvidan y permanecen casi inalteradas en la memoria. El cerebro razona, pero a la vez el cerebro interpreta estados somáticos (señales que le llegan del resto del cuerpo) y que traduce en forma de emociones y éstas en sentimientos.

"Recuérdese que son las emociones, más que las ideas, las que nos informan poderosamente en cuanto a cómo actuar"

Por toda esta complejidad, la psiquiatría debe ser humilde y transmitir a los pacientes una idea realista de la dimensión de la actividad cerebral, de sus condicionantes y sus potencialidades.

No toda la cura viene de actuar en el cerebro con fármacos; para muchos trastornos la terapia verbal es no sólo una herramienta útil sino el tratamiento de elección. 

En multitud de situaciones lo importante es actuar sobre el contenido semántico y las emociones que se han asociado a éste. También actuar sobre áreas poco desarrolladas de la personalidad, del cerebro (si se quiere); como por ejemplo pueden ser el hábito de estudio, la tolerancia a la frustración, la volición o la idea que el individuo se ha configurado de sí mismo.

Ni todo se trata con fármacos ni todo se resuelve durante las sesiones de terapia. Para que un paciente mejore, a menudo tiene que realizar cambios en aquello que necesita cambiar y que esos cambios se trasladen a su vida cotidiana.

Como puede ud. imaginar, si el psiquiatra que lo atiende sostiene una idea de cerebro reduccionista hasta el extremo de concebirlo como una serie de neurotransmisores sobre los que actuar, el tratamiento que le propondrá se simplificará acordemente.

Y al contrario: cuando la definición que se tiene de trastorno mental obvia la realidad somática que lo sustenta, niega la biología que hace posible la mente y no tiene en cuenta que el cerebro puede malfuncionar independientemente de cualquier otra cosa, las personas quedan desatendidas desde el punto de vista médico en lo que acontece a lo mental.    

No toda la cura viene de actuar en el cerebro con fármacos; para muchos trastornos la terapia verbal es no sólo una herramienta útil sino el tratamiento de elección.

Les pongo un último ejemplo que enfatiza esto último. Un caso real. Siendo yo residente de psiquiatría y estando de guardia una tarde en urgencias, atendí a un paciente de unos 45 años, sano y con una vida por lo general normal, que acudía porque llevaba dos días experimentando vivencias muy extrañas. Lo más llamativo es que le parecía salirse del cuerpo y verse a sí mismo desde arriba. Decía que lo vivía como real, como viéndose con un espejo. No conseguía conciliar el sueño más que apenas unas horas y se sentía algo obnubilado. A pesar de la apariencia de trastorno mental, la exploración psicopatológica me hizo sospechar una lesión orgánica cerebral. La punción lumbar permitió diagnosticarle una infección encefálica.

Para este paciente el único tratamiento eficaz fueron los antimicrobianos. Ni psicoterapia ni psicofármacos; ¡antibióticos!

Espero haberles podido transmitir la complejidad del cerebro y más aún de la mente humana, cuyo sustrato biológico es el cuerpo humano en su conjunto y donde tiene gran influencia el contexto presente, pasado y futuro en el que habita.

Autor:

© Todos los derechos reservados. Samon Psiquiatría.

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